Becedas. El solaz serrano de Unamuno
Entre la garganta del Becedillas y la eminencia granítica de la torre de su iglesia se tiende el caserío serrano de Becedas, bien surtido de balcones y fuentes. Fue lugar de veraneo de don Miguel de Unamuno y solar de los primeros prodigios de una joven Santa Teresa.
Desde la otra orilla de El Barco, una vez cruzado el puente nuevo sobre el Tormes, sale la carretera que enlaza Valdecorneja con Candelario y Béjar. En su primer tramo, los pastizales del valle se motean de encinas sueltas y robustas, mientras en la pendiente umbría aparecen ya las primeras matas de roble. Entre El Losar y Palacios el curso del Becedillas busca por Junciana el abrazo del Tormes en medio de una vegetación más serrana y apretada. Hasta alcanzar el caserío de Becedas, que se avisa en lontananza por la silueta de las peñas de Neila, a las que Unamuno bautizó como “escombreras del cielo”, sorprenden los campanarios exentos de las iglesias, usados en otro tiempo como oteaderos para vigilar montes, ganados y cultivos.
La primera imagen de Becedas, antes de pasar la puentecilla, es la torre berroqueña de su iglesia renaciente asomada sobre el perfil rojizo de los tejados. «La villa, a la distancia, aparecíaseme como una enorme tortuga roja -del color de sus tejados- con un cuerno, que era la torre de la iglesia. Y recordé las calles por las que corre al sol y al aire el agua del arroyo». La estampa de Unamuno, que escogió este lugar para sus veraneos familiares, se adorna con el colorido de los tiestos de flores en las galerías.
La presencia estival de don Miguel con su nutrida prole en Becedas convierte a este pueblo abulense en uno de los enclaves más literarios de la sierra. Cuatro siglo antes se había alojado en el mesón Teresa de Jesús, buscando alivio a sus problemas de salud en los remedios perejileros de una curandera que a punto estuvo de mandarla para el otro barrio.
Vino Teresa con severos desarreglos coronarios y recibió como terapia una purga recalcitrante para los atascos del aparato digestivo. Año tras año lo recuerdan los jóvenes cantores del Ramo: «Aquí te martirizó / la célebre curandera / que logró tratarte mucho / pero no ponerte buena». El enclave teresiano de Becedas se encuentra a la derecha de la carretera que prosigue hacia San Bartolomé de Béjar y La Hoya. Hay un ensanche para dejar el coche, justo en las traseras traseras de la iglesia y peraltado sobre la hermosa arquitectura del centro teresiano fundado por el canónigo don Crisanto en 1898.
Una capilla de 1858 ocupa el espacio del antiguo mesón y a su vera, retranqueado, aparece el precioso edificio decimonónico: nada conventual, luminoso y transparente de claridades. Precisamente cuando santa Teresa se convirtió en estrella de la tele, Becedas fue el punto de arranque de aquella serie.
En sus días de quebranto la santa subía con enorme fatiga la cuesta de los Santos hasta la iglesia, cuyo párroco resultó ser una calamidad. Aquel clérigo llevaba siete años en trato carnal estable con una mujer del lugar. «Era cosa tan pública que tenía perdida la honra y fama y nadie le osaba hablar contra esto».
Teresa le arrancó el idolillo de cobre que llevaba al cuello y lo devolvió al redil. Todos estos sucesos y padecimientos los relata con plasticidad y soltura la santa en su Autobiografía. Entonces Becedas era un pueblo de arrieros y de gente emprendedora, que aprovechaba la corriente del Becedillas para mover la industria de molinos y batanes.
Tierra de acebos.
Unamuno ha dejado constancia en versos y artículos de sus temporadas en Becedas, así como del impacto que supuso para Santa Teresa su estancia en este hondón de Avila.
Luego, más tarde, ya en los setenta del pasado siglo, también pasó un año en el pueblo Brandes Stanley, un antropólogo americano que en 1975 publicó en Nueva York su estudio sobre la comunidad rural de Becedas. Aquel libro sigue sin ser traducido pero en sus conclusiones apunta la condición pendenciera y errabunda de los de Becedas, así como la envidia hacia quienes un día tomaron la resolución de marchar a la emigración. Ninguna placa recuerda el paso del ilustre profesor americano.
Claro que para barajar tópicos no es preciso saltar el charco. Vale con indagar la toponimia, que es ciencia siempre resbaladiza. El nombre de Becedas ha sido interpretado como derivación de vez o turno para cuidar el ganado; como lugar en que se trabajaba el berceo o esparto; y también como tierra de acebos, porque en el Ramo que se canta dos veces al año este es su árbol totémico.
Sea cual fuere el secreto de su nombre, Becedas preside el hondón que se abre entre Peña Negra y la Sierra de Neila, ocupando la loma declinante desde Las Cabezuelas hasta la garganta del Becedillas.
En Las Cabezuelas guarda el cruce de cañadas y caminos la ermita de la Encarnación, que festeja con hornazo la Pascua Florida, y hacia el Becedillas mira un pueblo acostumbrado a aprovechar su empuje para la molienda y sus estanques para el escalofrío veraniego del baño.
Becedas cuenta con muchas fuentes en sus calles y plazuelas, aunque ya no corren a la vista por ellas las antiguas regaderas. Una de ellas, la conocida como de El Lugar, ha sido datada en el siglo XIII. El recorrido del viajero por Becedas, después de pagar el tributo teresiano, pasa por la plaza de la iglesia, que se hace visible por el mástil de su torre.
La portada granítica muestra a los duques de Béjar en dos medallones. La plaza del Ayuntamiento se llama del Ejedillo y en uno de sus flancos compiten la atrocidad arquitectónica del nuevo consistorio con la de la Caja de Ahorros provincial.
Unamuno escogió para su residencia la vecindad del riachuelo y allí se recuerda su asiento en la peña de la Zorra o junto a la fuente de la Bimborra. El cuidado de la orilla del río, desde el Molino de Abajo hasta la hermosa plazuela de la peña de la Zorra, alivia la sensación de destrozo que se aprecia en la arquitectura tradicional de este pueblo serrano.
Ernesto Escapa
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